Es uno de septiembre y dentro de quince días empieza el instituto. Este es mi último año. Me apetece empezar las clases para ver a la gentecilla, diseñar nuevas maquetas para la clase de arte, poner nuevos motes pero sobre todo volver a inventar cotilleos y difundirlos en el baño de chicas (el llamado radiopatio).
Me quedé dormida en una de las hamacas de mi terraza mientras imaginaba nuevas aventuras y es que entre el sol, el olor a crema y el sonido del mar es muy fácil soñar. Pero mi letargo no duró mucho ya que empezó a sonar mi PDA al ritmo de la música de Nora Jones y eso solo podía significar una cosa: era Luna.
- ¡Me has despertado!
- Oh, pobre... - dijo con entonación irónica en su voz.
- ¿No te doy ninguna pena no?
- ¡Es la una y anoche no saliste! Si quieres colgamos, pero te vas a quedar sin saber una cosa...
- Vale, vale...dispara - dije indignada.
- Ya tenemos sitio para la fiesta, mis padres se van, así que tenemos la casa libre y como sé que te encantan estas cosas... ¿Te encargarás tú de la organización? Porfi, porfi...
- ¡Chachi piruleta! Ahora mismo empiezo, voy a hacer las listas de gente, a buscar el teléfono del catering y a llamar a la tienda de paisajismo, pero me encargo yo, porque menuda horterada montaron la última vez...
Cuando colgamos sentí un alivio inmenso, se nos estaba echando el tiempo encima y la fiesta de fin de verano era un clásico del que mucha gente estaba pendiente.
Me levanté y fui a mi cuarto a coger mi portátil, un vaso de té helado, mis gafas de sol y mi nueva pamela de rafia que tanto me había costado conseguir. Subí el respaldo de la hamaca y me dispuse a comenzar, para ir más deprisa conecté mi PDA al portátil, descargué la agenda y… voilá, la lista estuvo hecha en cuestión de segundos.
Los invitados eran: gente del instituto, del club, exnovios, novios, futuros novios y por último los pesados de turno (su presencia era imprescindible aunque no les soportaba nadie).
Mandé una copia de la lista a Luna, Meg, Sara, María y Estrella por si alguna quería añadir algo, aunque seguramente coincidirían. En el instante en el que iba a apretar el botón de enviar me di cuenta que iban a ser demasiados, no podíamos meter a tantas personas en casa de Lu, en fiestas masivas siempre se cuela más gente de la invitada o incluso algún fotógrafo, así que finalmente decidí modificar la lista de invitados.
Para ello dividí a la gente en dos grupos por diferencia de sexos y con un número asignado según importancia. Empecé la criba por los chicos, al fin y al cabo ellos eran los que nos metían en más líos. El primer nombre que leí fue el de Jose. Jose y yo llevábamos saliendo ya más de un año, era alto, guapo, de tez morena y ojos color miel, tenía el pelo rubio pero estoy segura que si dejara el surf sería moreno. Sus padres, eran los propietarios del mayor parque de atracciones de la isla donde pasábamos muchos fines de semana. Según la gente teníamos una relación perfecta, según yo era de lo más normal, habíamos tenido muchos altibajos y no todos los habíamos superando.
El resto de la mañana la pasé entre listas y más listas, pero a las 15:30, justo antes de comer, estuvo todo resuelto, el catering apalabrado, la gente decidida, la decoración encargada...
Por la tarde, Meg vino a verme. Meg y Carlos eran mis primos, mi padre y su madre son hermanos y nuestra familia fue una de las primeras en llegar a Isla Paraíso donde emprendieron “el negocio”. La isla empezó siendo un pequeño lugar turístico cómo muchos otros de la península en la época de los setenta y dónde solo había una playa desierta, ahora se asienta una de las ciudades más caras del mundo, con urbanizaciones de lujo, fincas, clubes privados, campos de golf...
Mi tía Emma se quedó embarazada siendo muy joven, su novio no supo aguantar la presión y se dio a la fuga, cinco meses después nacieron Meg y Carlos. Pasado un año, murió el abuelo. Mis padres y mi tía heredaron muchos terrenos además de un club y un hotel. Cuando el padre de mis primos supo esta noticia, regresó pensando que le perdonaría, pero la puerta del su corazón ya estaba cerrada y con ella la del dinero, por lo que no apareció nunca más.
Esa tarde la pasamos conectadas a Internet desde la piscina, viendo fotos de “conocidos” de lo más horrendo, como por ejemplo todas las que se hacían a si mismos ante un espejo y poniendo morritos. A las ocho nuestras madres habían concertado cita para la peluquería y maquillaje, esa noche teníamos la inauguración del puerto, un perfecto trabajo de restauración que había realizado el padre de Luna, pero pese a los gritos de mi madre, Meg y yo nos resistíamos a salir de la piscina.
Otra de las maravillosas ideas que habían tenido era utilizar los coches oficiales para que nos llevasen. Odiamos esos coches. Puede que sean seguros pero son fríos, serios y muy formales.
Cuando estuvimos arregladas, en un descuido de nuestros padres dejamos una nota en la entrada y aunque sabíamos que pagaríamos por ello nos fuimos al garaje derechas a por mí todoterreno plateado.
Cuando llegamos los paparachis se aglomeraban en el aparcamiento para fotografiar a los invitados y preguntarles por sus vidas privadas o para opinar sobre su vestuario.
El organizador de la fiesta lo que había hecho (y he de decir que muy bien) era la restricción total de prensa a la inauguración, al fin y al cabo era un recinto privado.
Todo estaba precioso, el espigón estaba iluminado solamente con puntos de luz en el suelo, no habían puesto ni carpa ni un techo para que se pudieran ver las estrellas. La unión que el padre de Lu había conseguido entre la vanguardia y lo clásico era soberbia.
En este tipo de fiestas, hasta que me encontraban con las chicas, me gustaba abstraerme e irme a un rincón, solamente observar y revivir el sentimiento que experimenta una niña pequeña cuando piensa que todas las mujeres arregladas y bellas de la fiesta son princesas. Había jazz de música de fondo, algunas parejas estaban bailando, los pliegues de los vestidos se movían al suave ritmo de la música, la gente reía, gesticulaba...
Pensé en Jose, nuestra relación ya no era igual que antes, algo había cambiado, o tal vez siempre había sido así. Desde hacía un año me había pasado más tiempo pensando si quería estar con él (como pareja) que centrada en la relación. También pensé que tal vez solo era una paranoia mía, carente de fundamento... no le di mayor importancia.
Vi en una de las barras a Pedro, mi mejor amigo pidiendo algo para beber y me acerqué para saludarle.
- ¡Hey! ¿qué tal?
- ¡Qué pasa nena! - él sabía que odiaba su saludo pero cada vez que nos encontrábamos lo seguía haciendo - estaba pensando en ti.
- Mierda.
- ¿Mierda? No sabía que pensar en ti fuese tan malo...
- No, mis padres acaban de llegar y no quiero que me vean - dije tratándome de situar detrás de Pedro para esconderme.
- Ven, vámonos de aquí...
Tacones en mano, saltamos la valla, poco a poco fuimos andando entre las rocas hasta que llegamos al faro, allí no nos vería nadie. Por suerte la mar estaba tranquila y no había olas que nos mojasen.
- No sabes de la que me has librado, vamos, por ahora.
- A saber... Ay, julia, julia, julia...
- No digas eso... Me pones nerviosa
Pedro se rió.
- Para ya - dije enfadada.
- Tranquila...
Nos pasamos horas ahí escondidos, hablando y riendo hasta que sonó mi móvil. Era un mensaje de mama diciendo que ellos se iban y que no llegase tarde a casa. No parecía muy enfadada, había puesto una carita sonriente al final. Pero yo estaba cansada, me despedí de Pedro con la intención de irme con mis padres en su coche, ya mandaría a alguien que lo recogiera, no me sentía con fuerzas para conducir hasta casa.
Lo que pasó a continuación fue el principio de muchas horas de meditación.
Cuando me iba a despedir me acerqué para darle dos besos. El primero ocurrió con normalidad pero en el segundo, nuestros labios se juntaron. Ninguno de los dos sabía que hacer y frente con frente permanecimos inmóviles durante unos segundos.
- No, no puedo hacerlo, me voy - balbuceé y me fui, dejándole allí sentado mirando al vacío.
Trepé entre las rocas y llegué hasta la fiesta, había más gente que antes y me costó mucho llegar hasta la puerta principal, pero entre empujones y perdones lo conseguí. Vi como mis padres se metían en el coche, algunos fotógrafos se abalanzaron sobre mí, con la cartera intenté evitar algunos flashes, empezaron a decir frases que no entendía, yo solo quería salir de ahí, me estaba agobiando muchísimo...
Cuando estaba totalmente rodeada, una mano me agarro del brazo con fuerza y tiró de mí, me arrastró hasta mi coche, me empujó dentro y me sacó de allí. Estaba salvada.
Salimos del puerto rompí a llorar en silencio. Me sentía insegura, la situación me desbordaba...
- No sé lo que has hecho. Pero algo ha tenido que pasar para que se comporten así - dijo Carlos.
- No quiero hablar de ello - contesté bruscamente.
¿Sería verdad, me habrían visto? Empecé a mirar al cielo, estaba despejado, no había ni una sola nube, se veían todas las estrellas. Con mi mente empecé a crear formas uniendo los puntos, solo veía interrogaciones.
Abrí los ojos y entre los mechones de mi pelo vi luz, me incorporé y comprobé que estaba en mi dormitorio. Oí voces que llegaban del piso de abajo, algo había pasado. Conseguí arrastrarme hasta el despacho de mi padre, la puerta estaba abierta, me asomé y lo primero que vi fue una foto en la primera plana de una revista que iba acompañada del titular: “pillados en el faro” con letra bien grande. Casi me desmayo.
En el interior había un reportaje a doble página con todos los detalles de mi supuesta nueva relación y los porqués de mi ruptura con Jose. Mis padres estaban indignados, a mi madre ya de por si no le caía bien Pedro, ahora era peor.
- Mírala ahí esta... ¿Tú ves esto normal? - dijo mi padre gritándome a la vez que tiraba la revista contra la mesa.
Me quedé callada, no sabía que decir.
- Julia, no debes comportarte así - dijo mi madre con severidad, ella nunca perdía los estribos.
- No sabía que nos estaban viendo - dije tímidamente, pero eso no hizo más que empeorar las cosas.
- No sabía que nos estaban viendo - dije tímidamente, pero eso no hizo más que empeorar las cosas.
- ¡En la fiesta cerré un negocio muy importante con los padres de Jose y tu broma me puede costar mucho dinero! ¿No te das cuenta?
- Siempre estás igual, solo te importa el dinero.
- No contestes a tu padre.
- No contestes a tu padre.
No entendía porque siempre había tenido que ser perfecta, no tener ningún fallo, a la mínima mi padre me reñía y mientras que él pensaba en ganancias yo tenía la cabeza y el corazón hechos un lío.
Me fui corriendo a mi cuarto sentí que me quería morir, me tapé con la sábana y me puse a llorar. Pasé así toda la mañana y parte de la tarde, sin levantarme ni comer nada. Pedro me llamó al móvil varias veces pero me resistí a cogérselo hasta que una vez...
- ¿Dígame? - dije ahogando las lágrimas.
- Hola ¿Qué tal estás?
- Hola ¿Qué tal estás?
- Mejor no preguntes.
Se hizo el silencio, uno de esos momentos que odiamos todos los mortales en los que ambas partes se sienten incómodas por no saber que decir pero no quieren salir huyendo.
- ¿Has hablado con Jose?
- No, aun no y no sé si querrá hablar conmigo ¿Qué va a pasar ahora?
- No, aun no y no sé si querrá hablar conmigo ¿Qué va a pasar ahora?
- ¿Qué quieres que pase? Hablarás con Jose y él te perdonará.
- ¿Y lo que pasó ayer entre nosotros?
Otro silencio incomodo.
- Yo solo quiero que seas feliz y si eres feliz con él yo me doy por satisfecho.
- ¿Y lo de ayer? ¿Por qué pasó?
- En serio, no pienses en eso, no te comas la cabeza, pídele perdón y vuelve con él.
No pude discutir su decisión porque llamaron a la puerta. Me tocaba colgar. Era Jose.
Entró y se sentó al borde de mi cama, nos quedamos mirándonos y simplemente dije:
- Lo siento - estaba muy avergonzada, este era sin duda uno de los peores momentos de mi vida.
- ¿Me vas a explicar qué pasó?
- No pasó nada, solo un beso, nos estábamos despidiendo y...y...- no sabía que decir.
Jose se levantó enfadado y pegó un puñetazo contra la pared que le hizo sangrar. Pese a que estaba asustada me levanté y abrazándole traté de calmarle.
- Julia, yo te quiero, pero esto es demasiado.
- Yo también te quiero, solo fue un error - dije mientras que una lágrima recorría mi cara y manchaba su camisa.
Hablamos de la revista, de nuestras familias, le pedí perdón muchas veces y finalmente ocurrió algo que tampoco esperaba. Jose me miró, me cogió la cara suavemente y me besó. Pasamos la tarde en mi habitación, hablando de todo pero evitando el tema. Mi mente estaba dividida en tres pensamientos: una parte sentía alivio ya que Jose me había perdonado, otra decía que podía que Jose no me quisiera de verdad puesto que me había perdonado muy rápido y la última anhelaba estar con Pedro más que nunca.